Por William Prieto
Me encontraba en el parque
con una amiga que me gustaba. Era el mismo parque donde duramos un buen tiempo
hablando cuando nos conocimos. Había transcurrido el tiempo hasta entonces y me
sentía muy emocionado al mirar su rostro y escuchar esa dulce voz cuando me
hablaba o se reía.
Fue con esos sentimientos
con los que me acosté a dormir esa noche. Minutos después vinieron imágenes a
mí, soñé que era su novio y que la había invitado a salir a la playa. Ella no
quería al principio, pero le insistí tanto que logré convencerla.
Cuando estábamos en el mar
bañándonos con el agua salada, la besé muchas veces. Le dije lo mucho que la
quería y todo lo que estaría dispuesto hacer por ella. Era el mejor momento de
mi vida.
Después decidí ir a comprar
una bebida y le dije que me esperara, pero ella quería ir conmigo. Le dije que
se estuviera tranquila, que se quedara bañándose en el mar. Cuando regresé la
encontré ahogada flotando en el agua. Corrí adolorido a sacarla de ahí y le di
respiración boca a boca, pero mi amada novia había muerto y yo me culpaba una y
otra vez por eso.
Sabía que ella no quería
acompañarme pero yo la convencí. Me culpé por haberla dejado sola y no permitir
que me acompañara. Mi sueño que era tan hermoso, se había tornado una pesadilla
y yo me sentía como el ser más culpable de la humanidad. Pero desperté, ya no
había sentimiento de culpa en mi mente. Alguien tocó el timbre de la puerta de
mi casa y fui abrir. Era ella que me había llevado la billetera que se me quedó
esa noche. Suspiré cuando la realidad me la puso ante mis ojos.
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